Toda la policía del pueblo estaba
reunida en esa casa, nunca se había visto algo igual antes, era una escena
horrible.
“¿La media noche? No. ¿El
infierno? Tampoco. ¿La muerte? Sería la mejor elección. El miedo no me deja
pensar, estoy desesperada. Yo sé que no debí hacerlo. Ahora no me deja de
atormentar.
Creí que era una broma… ¡Maldito
sea el día que mencioné esas palabras por primera vez! Pero la tentación me
carcomía… ya no puedo más, lo siento pero no lo soporto…”
Esto fue lo último que Amelie
escribió, estaba escrito con una notable desesperación, en una hoja de cuaderno
que encontraron junto a su cuerpo sin vida. La nota no fue todo lo que
hallaron, en el espejo había una inscripción hecha con sangre que suponen era
la que salía de sus venas cortadas mientras agonizaba: María Sangrienta,
repetida una y otra vez.
La historia comenzó un catorce de
Febrero, día de San Valentín, como cada año, una fiesta en casa de algún
compañero de clase y todos estábamos invitados. Todos menos una, Karen, ella
era la típica chica que no le agradaba a nadie, ya saben, botas militares,
vestidos largos negros, maquillaje gótico y todas esas cosas. Vivimos en un
pueblo muy tranquilo, y personas como ella no son bien vistas. Aunque nadie la
invitaba, le gustaba ir a las fiestas a divertirse, aunque tenía una manera muy
peculiar de hacerlo.
Muchos en el pueblo decían que
ella y su madre eran brujas, y que habían matado al padre de Karen. Yo no lo
creía. Por lo menos hasta el día de la tragedia.
Ella llegó como siempre a la
fiesta, esta vez en casa de Brian, cuando ya todos estaban
Allí y acompañada de una chica
extraña que nadie conocía. Pero esta vez fue diferente, no tomaron ni una sola
cerveza, lo cual era muy extraño en ellas. Sólo llegaron e invitaron a una
chica llamada Kristie a unírseles en un “juego”. Claro que Kristie se negó, la
reputación de Karen no era lo bastante confiable como para “jugar” algo con
ella. Entonces Steve, uno de los chicos del equipo de football de la escuela
les pidió que jugaran con él, ellas se miraron, rieron y aceptaron.
Lo llevaron al baño y todos
supusieron de que se trataba el juego, aunque la verdad ninguno tenía idea de
lo que se trataba. Aunque se trataba de ellas dos, esas cosas pasaban en las
fiestas así que no le dieron mayor importancia y casi todos habían olvidado que
estaban en el baño, cuando de pronto un grito, no, más bien un alarido, salió
del baño. Todos se alarmaron suponiendo que las dos “brujas” hubieran podido
hacer una locura. Steve salió corriendo del baño y de la casa. Nadie sabía qué
le pasaba, pero varios fueron al baño y encontraron a Karen y a su amiga con
una cara de asombro viendo hacia el espejo. Había varias velas encendidas en el
lugar, pero nadie imaginaba ni se atrevía a preguntar qué había pasado allí,
sin quitar la expresión de sus rostros Karen y su amiga, de quien por cierto
nunca se supo su nombre, salieron de la casa y se fueron caminando hacia el
bosque.
Esto ocurrió un Viernes, al Lunes
siguiente todos estaban esperando que Steve les dijera lo que había ocurrido en
casa de Brian, y él trató de evitar el tema, pero era imposible quitarse de
encima a todas esas miradas inquisidoras de quienes lo habían visto salir
corriendo como si hubiera visto un fantasma. Y eso mismo le dijeron sus amigos:
– ¿Qué demonios ocurrió en ese baño Steve? ¿Qué te hicieron esas brujas? Le
preguntaron con insistencia – ¿Acaso viste un fantasma?
– Un fantasma hubiera sido menos
que lo que vi – Contestó al fin – Lo que vi en ese espejo no puede explicarse.
– Todos lo miraron con extrañeza, pero sentían una curiosidad enorme por saber
que había hecho correr como niño a un tipo tan grande y fuerte como Steve.
– ¿Han oído hablar de Maria
Sangrienta? – Les preguntó a todos con una mirada perdida en el infinito.
– Yo sé que es María Sangrienta-
Contestó uno de tantos que había allí y la atención se centró en él. – María
Sangrienta es un juego del demonio, brujería para algunos. Es simple, siete
velas, un espejo, te miras en él, cierras los ojos, cuentas: Una María
Sangrienta, dos Marías Sangrientas, tres Marías Sangrientas, cuatro Marías
Sangrientas, así hasta llegar a catorce Marías Sangrientas; luego abres los
ojos y María Sangrienta aparece en el espejo… y trata de matarte, salir del
espejo e intercambiar el lugar contigo. Al menos eso dicen. – Todos rieron y
dejaron de prestar atención, continuaron con su día normal, todos menos una,
Amelie, quien preguntó al chico:
- ¿Siete velas?- A lo que él
contestó:
-No lo intentes nunca, podrías
morir. Amelie sólo sonrió y se alejó.
Pasaron muchos días y el asunto
no se volvió a mencionar. Pero no todos lo habían olvidado…
Amelie no había olvidado las
palabras de ese chico, María Sangrienta, la idea revoloteaba en su
morbosamente, una y otra vez, María Sangrienta, era tentador, una fantasía, un
cuento de hadas. Pero ¿Quién ha dicho que las hadas no existan? María
Sangrienta, María Sangrienta, no había otra cosa en su mente, así que por fin
se decidió…
Esa tarde no fue con sus amigas
al cine, como solía hacerlo las tardes de los viernes, fue rápido a su casa.
Por suerte para ella, sus padres no se encontraban en casa, aunque después ella
hubiera dado todo porque no hubiera sido así.
Se dispuso a hacerlo, encendió
las velas, y al encender cada una, contenía la respiración, cada vez era más
lenta al encenderlas, como si un pequeño rasgo de arrepentimiento se le saliera
del corazón, pero justo cuando estaba a punto de desertar del juego, escuchaba
una voz en su cabeza. – ¡María Sangrienta! – Era una voz extraña, un tono
fuerte, casi como si fuera una orden, pero irresistible, la voz de repente
parecía seducirla y Amelie volvía en sí misma, continuando con la siguiente vela.
Cuando por fin encendió la séptima vela, esperó un poco, algo la detenía o la
intentaba detener, su sentido común tal vez, pero lo ignoró, esa voz extraña
fue más fuerte que la suya misma.
Se miró al espejo, fijamente a
los ojos, no se reconocía, era otra mirada, en ese momento dudó más que en
ningún otro, pero la voz se hacía más fuerte:
- ¡María Sangrienta! ¡María
Sangrienta! ¡María Sangrienta!
Sin saber por qué, cerró los
ojos, los apretó, sus puños se apretaron, estaba en el momento más tenso de
toda su vida. De pronto le empezaron a salir las palabras de la boca: ¡Una
María Sangrienta!- Había roto el silencio. – ¡Dos Marías Sangrientas! Las manos
le comenzaban a sudar – ¡Tres Marías Sangrientas! ¡Cuatro Marías Sangrientas! ¡Cinco
Marías Sangrientas! Ya no podía dar marcha atrás – ¡Seis Marías Sangrientas! ¡Siete
Marías Sangrientas! ¡Ocho Marías Sangrientas! Estaba aterrorizada. – ¡Nueve
Marías Sangrientas! ¡Diez Marías Sangrientas! ¡Once Marías Sangrientas!
¡Doce Marías Sangrientas! ¡Trece
Marías Sangrientas! – Se detuvo, respiró y lentamente y con toda la fuerza que
le quedaba… – ¡¡¡Catorce Marías Sangrientas!!! – Lo había hecho, pero aún podía
arrepentirse, aún podía mirar hacia otro lado en lugar del espejo… Pero algo
dentro de sí misma la obligó a abrir los ojos en ese instante… No lo podía
creer, miró al espejo, tenía la vista borrosa por haber cerrado tan fuerte los
ojos, pero estaba allí esa silueta definitivamente no era la última que había
visto antes de cerrar los ojos, cuando su vista se aclaró, trató de lanzar el
más poderoso de los gritos, pero no pudo. Ella estaba ahí, no lo podía creer,
era María Sangrienta.
Su corazón pareció detenerse, al
igual que el tiempo, intentaba dejar de mirar al espejo, pero no podía algo se
resistía a que lo hiciera, ese rostro la enloquecía, era horrible, lo más
horrible que podía existir. En los ojos se veía el mismo infierno en sus labios
el sufrimiento, la única palabra que se le ocurría a Amelie era Miedo, no podía
pensar, no podía moverse, sólo mirar a esa mujer en el espejo, hasta que
desmayó, de miedo, de desesperación o por obre de María Sangrienta, no lo sé,
sólo se desmayó…
Cuando despertó, estaba recostada
en su cama, era Sábado por la mañana, todo parecía estar tranquilo, su padre
entró en la habitación, la despertó con un beso en la mejilla, como lo hacía
todos los días, ella se sintió tranquila. Pero algo así no se olvida, sin
embargo lo vio como una pesadilla, un sueño malo. Así que salió de su
habitación, saludó a su madre con un fuerte abrazo, estaba feliz, fue de nuevo
a su cuarto, miró por la ventana, respiró el aire fresco de la mañana.
Después de contemplar la belleza
del lugar donde vivía, fue hacia el baño, pero de pronto todo se volvió negro,
cuando miro al espejo, ella estaba ahí. El bello rostro de Amelie se había
convertido en esa horrenda imagen, era María Sangrienta de nuevo. Amelie se
metió a la regadera y abrió la llave del agua fría, comenzó a llorar. No había
sido una pesadilla. Salió del baño hacia su cuarto, se puso lo primero que
encontró, tomó una liga para el cabello, trataba de actuar como si nada hubiera
pasado, pero estaba temblando.
Levantó la mirada para verse en
el espejo, necesitaba verse de nuevo, pero cada vez que intentaba ver su
reflejo veía a María Sangrienta, no lo podía evitar.
Salió de su casa, sus padres no
sabían a dónde se dirigía, la notaban extraña, pero confiaban en ella. Amelie
no podía hacer otra cosa que ir con la única persona que sabría qué hacer,
Karen. Así que eso hizo, fue directo a donde vivían de Karen y su madre. El
trayecto fue traumático, en cada lugar en que veía su reflejo, estaba María
Sangrienta. Por fin llegó a casa de Karen, y la encontró.
Le pidió, le suplicó que la
ayudara. A pesar de no interesarle, Karen le preguntó qué había pasado. Y
escuchó lo que Amelie tenía que contarle. Cuando Amelie terminó de hablar,
Karen sólo comenzó a reír, y dijo a una casi desesperada Amelie:
- Jugaste con algo que no podías
controlar, no puedo hacer nada por ti. -Karen entró a su casa de nuevo, Amelie
suplicaba, pero Karen no la ayudaría, no podía hacerlo, nadie podía.
Amelie se apresuró a regresar a
su casa y cuando llegó subió a su cuarto y no salió hasta el día siguiente. De
nuevo su padre la despertó, pero ésta vez ella sabía que María Sangrienta no
estaba sólo en sus pesadillas.
Cuando bajó, sus padres notaron
que no estaba maquillada, eso era extraño, pero no le dieron importancia.
Desayunó como siempre, muy ligero, y dejó la casa para dirigirse a la escuela.
Si hubiera sabido que esa sería la última vez que vería a sus padres…
Llegó a la escuela, se cuidó de
no mirar a los espejos, pero era imposible, siempre había algo en que
reflejarse. No quiso decirles nada a sus amigas, porque creerían que había
enloquecido, pero no estarían tan lejos de la realidad. Amelie cada vez se
sentía más y más atrapada, no podía controlarlo más.
Decidió enfrentarlo una vez más,
reunió todo el valor que puede tener una joven de su edad, y se dirigió al baño
de la escuela.
Allí cerró los ojos con fuerza, y
cuando estuvo frente al espejo los abrió. Esta vez la imagen había cambiado,
aún era María Sangrienta, pero ya no estaba quieta como fotografía, extendía
sus brazos hacía Amelie, como si intentara tomarla de los hombros. La impresión
casi desmaya a Amelie, pero lo soportó y volvió a mirar al espejo, la imagen de
María Sangrienta se acercaba cada vez más rápido.
- ¡Aléjate!
Después de ese grito, reinó un
silencio sepulcral, unos segundos después en los pasillos todos escucharon cómo
se rompía el espejo. Varios corrieron a ver qué había sucedido, pero Amelie
salió del baño corriendo antes de que el primero llegara a ver qué pasaba.
Amelie corrió hacia su casa, no
había nadie, su padre trabajaba, su madre había salido. Amelie subió corriendo,
entró al baño y miró al espejo…
María Sangrienta ya no estaba más
ahí, respiró con tranquilidad como hace mucho que no la hacía. No lo podía
creer, la solución había sido muy fácil: Romper el espejo en que María
Sangrienta estaba…
Pero ese era un error muy grave,
cuando se volteó para caminar hacía su cuarto, vio algo más impactante que el
reflejo de María Sangrienta, era María Sangrienta, pero no un reflejo, era ella
en persona. Era aún más aterradora que en el espejo: Los ojos en blanco, se
veía como una anciana, Amelie quiso mirarle los pies, pero María Sangrienta
flotaba y no parecía tener pies.
Amelie corrió hacía su cuarto y
se encerró, miró el espejo, y no lo podía creer, era ella reflejada, pero no
como se conocía tenía los ojos en blanco y vestía de negro. No entendía lo que
pasaba…
Tomó un cuaderno, arrancó la
primer hoja y comenzó a escribir:
“¿La media noche? No. ¿El
infierno? Tampoco. ¿La muerte? Sería la mejor elección. El miedo no me deja
pensar, estoy desesperada. Yo sé que no debí hacerlo. Ahora no me deja de
atormentar.
Creí que era una broma… ¡Maldito
sea el día que mencioné esas palabras por primera vez! Pero la tentación me
carcomía… ya no puedo más, lo siento pero no lo soporto…”
Después de eso, tomó un
abre-cartas que tenía en el tocador y tomó la que le pareció era la única
salida. Las cortadas que había hecho en sus muñecas sangraban mucho, pronto se
desmayó y murió…
María Sangrienta seguía ahí,
entró al cuarto de Amelie y no se resistió, no sabía si estaba viva, la tocó y
se aseguró de que su corazón no latiera más.
No pudo evitar mirarse al espejo,
lo hizo y con la sangre de Amelia, comenzó a escribir el nombre con el que la
habían llamado siempre, María Sangrienta una y otra vez…
Ahora podía caminar, no flotaba
más…
Pasaron muchas horas antes de que
la madre de Amelie descubriera el cuerpo de su hija, pero cuando lo hizo no
pudo creerlo, su hija estaba ahí fría y pálida, la sangre estaba por todo el
piso. Después de unos minutos, la policía comenzó a llegar…
Unas semanas después de la muerte
de Amelie, todos aún estaban de luto, pero sucedió algo poco común, una familia
se había mudado ahí, y una joven muy hermosa era parte de esa familia.
La joven entró a la misma clase
en la que estaba Amelie, y se sentó en el mismo lugar que ella habría ocupado.
Cuando la profesora entró al
salón, lo primero que hizo fue presentar a la nueva chica con todo el grupo:
-¡Todos atención! Hoy una nueva
compañera se unirá a nuestra clase, permítanme presentarla, ella es Maria…